Salía Juan Vielva del restaurante serrano, donde comió ayer, cuando una familia le abordó enseñándole una bolsa. Querían que el director del Parque Natural de Peñalara viera la bolsa de plástico rebosante de setas y las identificara. Juan Vielva no pudo aguantarse y echó una regañina a los padres de esa familia que estaba tan satisfecha con su botín.
«Les dije, sobre todo a los niños, que aquello no podía hacerse, que era muy malo para la naturaleza, pues los hongos cumplen un papel fundamental en el medio ambiente, y que cogerlas así: todas mezcladas y sin identificar, no valía para nada; que las tendrían que tirar todas. Y esto es una pena, pues las setas son los primeros ecologistas del mundo, que todos debemos respetar».
Como si fueran víctimas de un furor incontenible, una multitud de buscadores de setas se ha lanzado a los montes de la región estos días soleados de otoño. Desde los Montes del Escorial a Rascafría y desde Cercedilla hasta La Morcuera familias, grupos de amigos, domingueros, lugareños y toda clase de gente invade la Sierra a la búsqueda del particular tesoro que la naturaleza nos regala en otoño: las setas.
El problema es cómo las recogen, pues los montes están como si hubieran pasado Atila y los hunos: setas aplastadas, grandes extensiones de suelo removido, agujeros, hongos hechos pedazos...
«Se han puesto de moda desde el punto de vista gastronómico, pero también porque tienen un aspecto económico importante», subraya el biólogo Juan Carlos Campos, de la Sociedad Micológica Madrileña.
Tradicionalmente, la búsqueda de setas ha sido un acto lúdico y recreativo; una manera agradable de pasar una jornada en la naturaleza. La aparición de determinados condicionantes ha convertido la actividad en algo demasiado agresivo para el medio natural, un lucrativo negocio sin regular y algo con serias connotaciones para la salud.
«Toda la parte alta de la Sierra de Guadarrama muestra estos días una fuerte erosión, sobre todo porque utilizan rastrillos en la recogida de setas». En su afán de recolectarlas, rastrillan la superficie de la tierra para sacar las que todavía no han aflorado.
Las setas, lo que vemos fuera de la tierra, son la fructificación, el fruto del hongo que está subterráneo y que, como una red, se extiende por una superficie más o menos amplia. Al rastrillar, se destruye el micelio y la capa de tierra que lo protege. Los hongos transforman la sal y producen agua, purifican y abonan la tierra entre otras muchas ventajas.
Los domingueros parecen culpables, pero los locales también lo son. Y aquí entramos en un interesante aspecto de la actividad: su economía sumergida. El negocio de las setas se ha convertido en un añadido en la economía de los locales, que con la llegada de la crisis ha ganado enteros.
Este otoño proliferan por los puntos seteros de Guadarrama bastantes camionetas. El día de cita suele ser el jueves, cuando los hongos han vuelto a salir después de la razia del fin de semana.
Los vecinos llegan cargados hasta las cejas para vender su mercancía. Es difícil hablar de cifras, pues depende de la cantidad y la especie de hongo, pero una buena mañana puede proporcionar más de cien euros. «El asunto es grave, sobre todo por su implicación con la salud de los ciudadanos», advierte Vielva. Cada temporada hay cientos de intoxicaciones, más o menos graves, por culpa de los hongos. Bien por una moda gastronómica, bien por un negocio en negro, el caso es que la actividad se ha desmadrado y urge una regulación urgente, al ser una actividad que se realiza en suelo público.
Coger un mínimo con fines lúdicos y de manera gratuita, reglamentar el lado económico, prohibir rastrillos y facilitar la investigación son aspectos que deben incluirse en la misma, según los especialistas.
ALFREDO MERINO
Vía: El Mundo, 27/10/08
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