Hace 260 millones de años, a mediados del periodo Pérmico y justo antes del mayor episodio de extinciones en masa de toda la historia de la Tierra, unas gigantescas erupciones volcánicas comenzaron ya su preámbulo borrando del mar una cantidad nada desdeñable de formas de vida.
Enormes cantidades de lava inundaron una superficie equivalente a una quinta parte de España (o cinco provincias de Badajoz). Al colisionar con las aguas someras del mar, provocaron grandes explosiones que liberaron masivamente dióxido de azufre a la estratosfera. La siguiente consecuencia fue la formación anormalmente abundante de nubes que se extendieron por todo el globo y rompieron en forma de torrenciales lluvias ácidas.
Ésta es la reconstrucción que han hecho en la revista Science científicos de la Universidad de Leeds en el Reino Unido para establecer, gracias a nuevas evidencias geológicas halladas en el suroeste de China, la relación entre unas erupciones volcánicas hasta ahora desconocidas, pero grabadas en el registro fósil, y el inmediato episodio de extinción en masa que le siguió hace 260 millones de años.
Aquello fue sólo el preámbulo de la 'madre de las extinciones', la del Permo-trías, que tuvo lugar unos millones de años después, apenas unos segundos en el largo reloj geológico.
UNA TEORÍA CONTROVERTIDA
Las erupciones volcánicas han sido tradicionalmente una de las teorías más barajadas para explicar las extinciones en masa en el pasado. La liberación de gases y la propia lava son suficientes para eliminar comunidades enteras de vida. Lo que no estaba claro es cómo exactamente estas explosiones desencadenan esas catástrofes ambientales.
La erupción, que tuvo lugar en la provincia de Emeishan, al suroeste de China, liberó medio millón de kilómetros cúbicos de lava, cubriendo más de 100.000 kilómetros cuadrados y eliminando parte de la vida marina en el planeta.
Gracias a las evidencias geológicas, los investigadores han sido capaces de concretar el momento exacto de la erupción y relacionarla directamente con el episodio de extinción en masa. Esto se debe a que las erupciones ocurrieron en un mar de aguas poco profundas, lo que significa que la lava aparece hoy como una capa visible de roca ígnea encerrada entre capas de roca sedimentaria con fósiles de animales marinos fácilmente identificables.
La capa de roca fosilizada justo después de la erupción muestra la extinción masiva de distintas formas de vida, lo que relaciona claramente la ocurrencia de las erupciones con este tipo de catástrofes ambientales.
UNA RELACIÓN CAUSAL
El efecto global de la erupción también se debe a la proximidad del volcán al mar. La lava fluyó rápidamente y colisionó con las aguas someras causando una violenta explosión al iniciar las erupciones, expulsando grandes cantidades de dióxido de azufre a la estratosfera.
"Es como echar agua en una sartén ardiendo: hay una explosión espectacular que produce nubes gigantescas de vapor", explica el profesor Paul Wignall, paleontólogo de la Universidad de Leeds y principal autor del estudio.
Sin duda, la inyección de dióxido de azufre en la atmósfera causó una formación masiva de nubes que se extendieron por todo el globo, enfriando el planeta y en última instancia provocando torrenciales lluvias ácidas. Los científicos estiman, a partir del registro fósil, que el desastre ambiental debió ocurrir al comienzo de la erupción.
"La repentina extinción de la vida marina que vemos claramente en el registro fósil relaciona estrechamente las gigantescas erupciones volcánicas con una catástrofe ambiental a nivel mundial, una correlación que ha sido a veces discutida", dice Wignall.
Estudios anteriores habían relacionado el aumento de dióxido de carbono producido por las erupciones volcánicas con las extinciones en masa. Sin embargo, debido a la larguísima duración del efecto de calentamiento que produce el incremento de dióxido de carbono (como vemos con el actual cambio climático), la relación causal entre los cambios medioambientales y las erupciones volcánicas han sido difíciles de confirmar.
Vía: El Mundo, 29/05/09
F:http://www.elmundo.es/elmundo/2009/05/28/ciencia/1243505050.html
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