Uno de los últimos trabajos[1] llevados a cabo en la Unidad de Botánica de la ETSI de Montes de la Universidad Politécnica de Madrid ha consistido en el análisis de los macrorrestos vegetales leñosos hallados a lo largo del acantilado de El Asperillo en el Parque Natural de Doñana, en Huelva. Entre estos fósiles destacan las maderas correspondientes a dos especies de coníferas cuya presencia en esta zona de la Península en el Cuaternario reciente (Pleistoceno Superior) contrasta notablemente con algunas interpretaciones paisajísticas previas en las que no se contaba con la presencia de estos vegetales.
A pesar de hallarnos en pleno siglo XXI y haber experimentado ya las ciencias de la Tierra un gran auge en lo que se refiere a estudios sobre la interpretación del paisaje vegetal pretérito, algunas áreas peninsulares constituyen aún un misterio en cuanto a la evolución de su vegetación y al impacto del hombre sobre las mismas. Una de estas vastas zonas peninsulares es la cuenca del Guadalquivir.
El análisis de los restos vegetales hallados en el área permite asegurar que al menos dos especies de pinos Pinus nigra (pino laricio) y Pinus pinaster (pino resinero) habitaban en la zona. Las dataciones radiocarbónicas y por termoluminiscencia, así como los estudios estratigráficos llevados a cabo, permiten estimar una edad aproximada para estos troncos ubicada en el último ciclo glacial, concretamente hace unos 60.000 a 25.000 años.
Del trabajo llevado a cabo podemos destacar varios aspectos paleofitogeográficos. El primero de ellos es constatar la presencia de formaciones vegetales arbóreas en el interior de la cuenca en las que estas especies eran parte integrante. Para el área de Doñana se ha inferido tradicionalmente una vegetación mediterránea de árboles y arbustos en los que los pinos no habían sido elementos del paisaje vegetal. En época reciente se ha terminado por admitir un posible papel de este género, pero en ningún caso de estas especies.
Por otro lado, no se conocía hasta la fecha la presencia conjunta de estas especies a una cota altitudinal tan baja ubicada en un área sublitoral peninsular. De hecho, su presencia conjunta en la actualidad en la Península tampoco es frecuente y cuando se produce suele ser en áreas de montaña. Esto puede explicarse infiriendo para esta área unas condiciones climáticas muy diferentes a las actuales.
Así, en el intervalo cronológico para el que se ha detectado la presencia de estas especies, la temperatura media anual debió de ser inferior, existiendo probablemente veranos más frescos que los actuales. Esto permitió a estos pinos extenderse a estas zonas, corroborando algunas interpretaciones climáticas previas que indican descensos de temperatura en el Estrecho y áreas circundantes muy significativas en el Pleistoceno Superior, un área que se había considerado zona refugio para las especies más amantes del calor. Debemos por tanto aceptar un modelo de convivencia de especies en estos periodos más fríos del Cuaternario en el que se produce mezcla, coexistencia, mosaicidad y una dinámica activa (avance y retroceso de áreas) de muchas de sus formaciones vegetales.
La transición o cambio de estas especies por otras de pinos bien adaptados a las condiciones estivales duras del clima mediterráneo, como el pino piñonero (Pinus pinea) no es bien conocida. Aunque no somos capaces de calibrar con exactitud el papel del hombre en esta transformación del paisaje sí podemos suponer, no obstante, que el cambio de temperaturas y humedad ambiental ya en el Holoceno favoreció este reemplazo en el área.
Vía: Madri+d, 10/01/2011
F:http://www.madrimasd.org/informacionidi/noticias/noticia.asp?id=46681
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