El drago de Las Meleguinas, que se marchitó el 2 de septiembre, era
el más antiguo de Canarias, más viejo que el Icod. Tenía 480 años.
En
la última década se han secado tres dragos centenarios en la Villa de
Santa Brígida, donde aún se mantienen 500 ejemplares en pie.
Es muy complejo determinar la edad de los dragos puesto que científicamente no puede conocerse con absoluta exactitud.
Su
porte antediluviano, su gran longevidad, sus imponentes dimensiones y
sus virtudes curativas lo han convertido en leyendas vegetales.
Hasta
el siglo XIX utilizaban su resina para curas medicinales, fabricación
de tintes y barnices y especialmente para usos dentífricos.
El drago común se halla muy extendido en todas las islas como planta ornamental, y en menor medida como forrajera.
Tenerife y Gran Canaria son las únicas islas del archipiélago donde actualmente subsisten dragos en estado silvestre
Cristóbal Peñate- Las Palmas de Gran Canaria
El
drago más viejo de Canarias cayó el pasado 2 de septiembre en Las
Meleguinas (Santa Brígida). Tenía 480 años, según los expertos. Casi
cinco siglo de existencia en el barrio satauteño de La Angostura. Era
incluso más viejo que el famoso drago de Icod de los Vinos. Algún
especialista cree que incluso era el drago más antiguo del mundo, pero
ese dato no está suficientemente contrastado. Solo en Santa Brígida se
han marchitado tres importantes dragos en la última década.
A primera hora de la tarde de aquel miércoles, el drago de Las
Meleguinas, ubicado en los jardines del restaurante Las Grutas de
Artiles, en La Angostura, cayó definitivamente mientras dos camareros
preparaban una mesa. Oyeron un gran estruendo seco y a continuación
comprobaron la muerte del histórico drago de Las Meleguinas.
El cronista oficial de la Villa de Santa Brígida, Pedro
Socorro, recordaba la sensible pérdida, que se añade a otras dos en el
pueblo durante la última década. "Primero, con la tormenta tropical
Delta de finales de 2005, aquella que se cargó el Dedo de Dios en
Agaete, perdimos el drago que había junto a la ermita del Carmen en Las
Goteras y que tenía más de 300 años. Luego, cuatro años después, el 25
de febrero de 2009, se cayó el que estaba en un chalé a la entrada del
pueblo, que había sido plantado en 1920 por el vecino Juan Lemes Sabina,
un conocido industrial harinero, para decorar el jardín de su casona de
verano, situada a la entrada del pueblo. Y ahora éste, el más viejo,
con cerca de 480 años. Era el icono de todos los dragos. Ahora nos queda
el de Pino Santo, en el barranco Alonso, que tiene unos 300 años”,
señaló.
Pedro Socorro asegura que Santa Brígida es uno de los municipios con más dragos de Canarias. “Yo en un estudio contabilicé más de 500 dragos. Además, contamos con lugares y barrios cuyos nombres hacen referencia a estos árboles tan nuestros, como El Dragonal o El Draguillo”.
El último viejo drago caído
era “uno de los símbolos del patrimonio natural de Canarias y de la
antigua y extraordinaria naturaleza de las islas”. El tronco largo y
delgado, de unos doce metros, junto con su pequeña copa, cayeron sobre
una de las grutas del restaurante, pero afortunadamente solo causó daños
materiales.
Sus raíces mitológicas no pudieron mantenerse más en
pie, al borde del risco y escorias. “A estas notables pérdidas en la
última década de algunos de los árboles más queridos por los satauteños
se ha unido ahora el del drago de Las Meleguinas, que probablemente
había crecido después de la Conquista de Gran Canaria, formando parte de
un hermosísimo conjunto paisajístico que a mediados del siglo XX fue
motivo de postales y pinturas”, añadió el cronista.
El drago es uno de los árboles más descritos en las antiguas relaciones
de viajes en los escritos de los naturalistas de los siglos XVIII y XIX.
“Precisamente, el primer estudio botánico digno de mención realizado
sobre el drago en las islas Canarias se debe al joven naturalista Sabino
Berthelot (1794-1880), que había llegado a la isla de Tenerife en 1820 y
se interesó muy pronto por la naturaleza insular, unida al imaginario
de las Hespérides”, recordó Socorro.
También el
hermoso y extraño ejemplar produjo un gran impacto a los ojos de
científicos. “Destacan viajeros y estudiosos como Kunkel o Rafael
Almeida, que hizo una brillante datación de este mítico árbol, con 27
periodos florales, y algún que otro viajero extranjero, que publicó la
primera postal del drago de Las Meleguinas hacia 1970”, añadió.
El Drago de las Meleguinas, con sus 27 periodos florales, era uno de
los más antiguos de Canarias, según reconoce el geógrafo del Jardín
Canario Rafael Almeida. Estaba situado en el margen derecho del barranco
de Santa Brígida, casi en su confluencia con el barranco de Alonso,
creciendo sobre escorias y lavas basaníticas. Se encaramaba sobre piedra
volcánica y picón, esa era una de sus peculiaridades, ya que no se
asentaba sobre la tierra.
Estaba integrado en los
jardines del restaurante Las Grutas de Artiles. “Su porte era poco
llamativo, presentando un tronco largo y delgado con una copa ascendente
bastante rala formada por cuatro ramas primarias y ramificaciones de
orden inferior muy tortuosas que derivan en 45 rosetas foliares. Su
porte desgarbado, idéntico al de los dragos silvestres que crecen en
riscos, se debe probablemente a que vegeta en la ladera de un montículo
rocoso con ausencia prácticamente de suelo. Pero lo que llama la
atención de este ejemplar es el número de períodos florales, 27 en
total, lo que no deja de ser sorprendente si se considera por ejemplo
que en los dragos de Icod y de San Juan en Tacoronte (Tenerife), hemos
contado un máximo de 23. Se trata por lo tanto de uno de los dragos más
viejos que conocemos, al que se le deduce una edad de más de 400 años si
se asigna un promedio de 15 años a cada periodo floral, aunque teniendo
en cuenta el sustrato donde enraíza podría ser incluso más viejo, al
medrar en unas condiciones en las que el crecimiento se ralentiza
considerablemente”, ya señalaba Almeida en un libro publicado por el
Cabildo de Gran Canaria en 2003.
El deterioro
Cayó tras años de deterioro. Los expertos lo achacan al cambio en las
condiciones del suelo en el que se encontraba. El historiador
grancanario Alfredo Herrera Piqué, consejero regional del Cultura en el
primer Gobierno autónomo de Jerónimo Saavedra y autor del libro El
drago, afirma que este árbol es “uno de los más descritos y reseñados en
las antiguas relaciones de viajes, en los escritos de los naturalistas
de los siglos XVIII y XIX y en la protobotánica europea”.
“La arquitectura antediluviana de sus ejemplares maduros, las vigorosas formas escultóricas que desarrollan, su gran longevidad, las imponentes dimensiones de sus ejemplares centenarios, las virtudes curativas atribuidas a su resina y las viejas leyendas que acompañaron a la procedencia de la sangre de dragón, hicieron de esta monumental liliácea de la Macaronesia un objeto de interés y de curiosidad sobre el que muchos herboristas, escritores, viajeros y expertos en la ciencia de las plantas pusieron su mirada en el transcurso de los siglos”, agrega Piqué.
Es muy complejo determinar la edad de
los dragos. “La repuesta a esta pregunta es compleja, puesto que
científicamente no podemos conocer la edad. Además, el desarrollo del
drago fuera de los paredones rocosos, es decir, con mayor riqueza de
sustrato, resulta mucho más acelerado. No obstante, para el cálculo de
la edad existe un método estimativo que suele funcionar bien con los
ejemplares cultivados. Esta técnica de observación asimila un tramo de
aproximadamente 15 años por cada periodo floral que, a su vez, suele
coincidir con la división entre las ramas. Para el caso de ejemplares
silvestres, es muy aventurado estimar una cifra entre periodos florales,
pero con toda seguridad sería muy superior a los 15 años”, afirmaba el
ingeniero forestal Juan Guzmán Ojeda en la publicación Pellagofio en
septiembre del año pasado.
Para él, “no es
desventurado afirmar que el Drago de Icod de los Vinos, en Tenerife, es
un ejemplar salvaje que acabó civilizándose. Sin duda el drago más
visitado del mundo, con 24 periodos florales y casi 20 metros de altura,
es uno de los ancianos representantes de la especie. Su crecimiento en
un suelo adecuado ha dotado a este icono canario de las proporciones más
enormes conocidas para la especie”.
El drago de Las Meleguinas era un ejemplar ya muerto
antes de que se derrumbara definitivamente con gran estruendo. En
palabras de este ingeniero forestal, tenía un “aspecto famélico, toda
vez que salvaje”, una altura de solo doce metros y un tronco que ni
siquiera llegaba a un metro de perímetro. El drago crecía sobre una
superficie rocosa con poco suelo, circunstancia que debió ralentizar su
crecimiento. Rafael Almeida, gran experto en dragos, constata que
“comparándolo con una foto de 1930, no se aprecian cambios
significativos, salvo en el entorno”.
De cualquier
modo, según Ojeda, lo verdaderamente destacable de este ejemplar era su
edad, “pues con nada menos que 29 periodos florales le correspondería el
honor de ser el drago más viejo del mundo”.
El más antiguo
El investigador tinerfeño Leoncio Rodríguez, fallecido en 1955, creía
sin embargo que el drago más antiguo era el de Icod de los Vinos. El
estudioso dejó escrito en Rincones del Atlántico un artículo titulado Los dragos milenarios,
en el que aseveraba que "apologistas ilustres –Humboldt, Dumont
d’Urville, Leopoldo de Buch, Leclercq, entre otros– han ensalzado su
belleza, considerándolos como una de las especies más curiosas del mundo
vegetal. Por su parte, el conocido escritor español, Eugenio Noel, se
lamentaba de que todos hablasen de ellos, menos los escritores
nacionales. Lo mejor que se ha escrito sobre la vegetación de Canarias,
decía, es extranjero, alemán casi siempre".
Un
ilustre botánico, gran enamorado de estos árboles, el doctor Masferrer,
recordando que los aborígenes del archipiélago veneraban el drago como
un genio bienhechor, decía que debiera castigarse al que se atreviera a
cortarles algún gajo y premiar, en cambio, al que mejores y mayor número
de ejemplares hubiese propagado en cierto espacio de tiempo. “Y añadía
que donde existió el célebre drago de La Orotava, debiera erigirse un
monumento histórico, con cuatro jóvenes dragos que señalaran en su
alrededor los cuatro puntos cardinales”, dice Rodríguez.
“La edad de estos monstruos vegetales ha sido objeto de grandes
disquisiciones científicas. Todas coinciden en que tales árboles
existían antes de la Conquista, corroborándolo las escrituras de datas
que hicieron los conquistadores al repartir las tierras ocupadas por los
bosques, respetando los dragos. Piazzi Smith cifraba la edad del
antiguo drago de La Orotava en cuatro o cinco mil años, y como prueba de
su antigüedad se cita el testimonio de Cadamosto, de que al visitar
Tenerife, a mediados del siglo XV, ya se encontraba el árbol en
decadencia”.
Otro tema de discusión científica ha
sido la procedencia de esta especie. Algunos la consideraron oriunda de
las Indias orientales o del norte de África. “Otros, como los señores
Webb y Berthelot, tan conocedores de la flora canaria, a la que
dedicaron largos y minuciosos estudios, coinciden en que se trata de una
especie indígena comprendida en las del primer clima, y particular de
nuestro archipiélago, así como de la Madera y Porto Santo”.
La sangre de drago, su resina, fue un preciado producto que fue objeto
de un gran comercio con los antiguos romanos y hasta el siglo XIX con
muchos países de Europa que lo utilizaban para curas medicinales,
fabricación de tintes y barnices y especialmente para usos dentífricos.
La industria llegó a ser de tal importancia que se estableció diezmos
sobre ella, proporcionando considerables ingresos al erario insular.
El escritor Bory de Saint-Vincent, que en 1804 visitó el drago de La
Laguna, decía hablando de la famosa droga isleña: “La mayor parte de los
viajeros de nuestra expedición de exploradores, adquirieron en La
Laguna, en un convento donde había unas encantadoras religiosas,
paquetes con residuos vegetales de color encarnado ( sang de dragón),
que les recomendaban para la conservación de dientes y encías. El mejor
elogio que puede hacerse de la pequeña mercancía es que las jóvenes
religiosas tenían todas la boca fresca y bella”.
Leoncio Rodríguez afirma que "de los demás supervivientes de la
especie, que son motivo de orgullo para Tenerife por el interés que
despiertan entre cuantos extranjeros visitan la isla, corresponde el
título de honor al drago de Icod. Su base tiene un perímetro de doce
metros y la altura del tronco, hasta la copa, más de catorce metros".
Hasta tal extremo es famoso y digno de estudio este árbol que el
ministro de Fomento Gasset, en un decreto que publicó sobre Parques
Nacionales, en febrero de 1917, equiparaba este ejemplar a otros
emblemáticos y decía: “Igualmente deben catalogarse todas las demás
particularidades aisladas notables de la Naturaleza patria, como grutas,
cascadas, desfiladeros, y los árboles que por su legendaria edad, como
el Drago de Icod, por sus tradiciones regionales, como el Pino de las tres ramas, junto al santuario de Queralt, o por su simbolismo histórico, como el árbol de Guernica, gozan ya del respeto popular”.
El gigantesco drago, consignaba también en un informe oficial el
ingeniero jefe de Montes Ballester, “simboliza el ocaso de una flora
antediluviana, tan próxima a ser del dominio paleontológico, que acaso
sean estos ejemplares que nos restan en Canarias y otros muy contados
del continente africano, la última representación del paso de esta
colosal especie por nuestro planeta”.
En el año 1907,
con motivo de la visita que hicieron a esta isla los profesores y
alumnos del Colegio Politécnico de Zúrich, estuvieron en Icod ocho días
dedicados a estudiar el drago y sus características más esenciales. De
dichos estudios dedujeron que su edad era de 2.500 años, una edad que
para muchos es exagerada ya que no cuenta con suficiente soporte
científico.
Desde la Antigüedad
El biólogo del Jardín
Canario Águedo Marrero asegura que que los dragos eran ya conocidos
desde la Antigüedad en ambos extremos del Mediterráneo. “Estos árboles
productores de sangre de drago, o simplemente dragos, eran ya conocidos
desde la Antigüedad clásica greco-romana o incluso antes; ya formaban
parte de las leyendas, tanto por la sangre que producían como por su
extraño porte. La resina era comerciada desde distintas procedencias,
siempre en cantidades exiguas, confundiéndose en muchos casos con los
polvos tóxicos de minio y de cinabrio. Desde Oriente llegan precisamente
las leyendas que relacionan el origen de los dragos con la trágica
fusión de sangres del dragón y el elefante”.
Según
él, desde los confines occidentales del Mediterráneo la sangre de drago
llegaría, quizás en principio desde los entornos de Cádiz y las columnas
de Hércules, y luego a través de la Península Ibérica y del noroeste
africano, desde las islas macaronésicas y en concreto desde Canarias,
donde se extraía del drago canario Dracaena draco.
El género Dracaena incluye actualmente algo más de 60 especies reconocidas de todas las zonas tropicales y subtropicales del mundo, desde Mesoamérica y las Antillas, África y Arabia hasta el sudeste asiático, Indonesia, Australia y las islas Hawai, aunque presenta su centro de diversidad en África tropical y subtropical montana. El drago macaronésico es la especie más popular y la que tipifica al género.
Los dragos propiamente dichos (las seis especies de dragos) vienen
caracterizados por el porte monumental con tronco paquicaule,
ramificaciones gruesas y follaje tan característico agrupado hacia el
extremo de las ramas, y por la producción particular de exudados. Estas
seis especies se circunscriben a dos áreas concretas a uno y otro lado
del África septentrional: Macaronesia en el lado occidental, y entornos
del Mar Rojo y golfo de Adén en el lado oriental.
“De igual forma que la palma y el pino canario, el garoé o la orchilla, el drago macaronésico fue de las plantas que más interés despertaron entre los exploradores, cronistas, naturalistas o viajeros, que muchas veces lo llevaban y cultivaban en las metrópolis”, señala Marrero en Rincones del Atlántico.
El drago común (que también recibe otros nombres en castellano, como
drago, dragón, drago macaronésico, drago canario, drago de África,
dragonero, árbol de la sangre de drago, árbol del drago o árbol gerión)
es un árbol que puede alcanzar alturas hasta 20 metros, bastante escaso
en su medio natural y que vive en los archipiélagos de Macaronesia y en
el Antiatlas marroquí. En Macaronesia se ubican en las islas de Cabo
Verde, Canarias y archipiélago de Madeira. El drago de Marruecos fue
dado a conocer en 1996 como subespecie del drago macaronésico.
“Esta especie ha sido utilizada con otras arbóreas de la laurisilva o
del termoesclerófilo en campañas de repoblación o reforestación, y se
encuentra actualmente integrada en la jardinería urbana de plazas,
parques y jardines, ramblas y medianas de autovías, huertos-jardines
escolares, etc., así como en patios, jardinería doméstica en general,
hotelera y entornos turísticos, constituyendo en ocasiones en las
haciendas un elemento de distinción. Y es frecuente encontrarla hoy en
los jardines de muchas ciudades que comparten clima de tipo
mediterráneo: en diversas ciudades como en el sur y el levante de la
Península Ibérica, especialmente en Cádiz y Almería, distintas ciudades
del entorno del Mediterráneo, tanto del litoral europeo como
norteafricano; en San Diego, California y en Miami, Florida; en diversas
ciudades de Australia como Sydney, Brisbane o Adelaida; en Nueva
Zelanda, etcétera. En algunas ciudades, como en Cádiz, su presencia es
milenaria”, subraya el biólogo del Jardín Botánico Viera y Clavijo.
Es una especie bastante rara en su ambiente natural. En Canarias sólo
hay evidencia de poblaciones silvestres de Dracaena draco en la isla de
Tenerife, donde aparecen grupos importantes aunque muy depauperados en
Anaga, Roque de Tierra, Roque de las Ánimas, Los Silos, Masca, Barranco
del Infierno, Guía de Isora y Barranco de Badajoz, según explica Águedo
Marrero.
En Gran Canaria existen algunas referencias
de la existencia de dragos silvestres por la vertiente norte de la isla,
“todos ya desaparecidos, y el único ejemplar silvestre que crecía en
los paredones del barranco de Pino Gordo no ha resistido los últimos
años de sequía y en 2009 finalmente murió, extinguiéndose así en su
estado natural en esta isla”.
En la isla de La Palma
no existe ninguna evidencia actual de la existencia de dragos
silvestres. “Los famosos conjuntos de dragos, como los de Las Tricias,
Buracas, etcétera, y algunos otros de porte notable o monumental, como
los de Las Breñas, crecen en zonas altamente antropizadas, asociadas a
la cultura campesina con su intensivo uso en otro tiempo como forrajera.
En las restantes islas de La Gomera, El Hierro, Fuerteventura y
Lanzarote, aunque pueden existir, y existen, dragos viejos o
monumentales, ninguno se puede considerar como silvestre o natural”.
El drago de Gran Canaria es una especie que crece en las cotas medias
del cuadrante suroeste de la isla de Gran Canaria, desde los paredones
de Amurga en el barranco de Fataga hasta la Mesa del Junquillo en el
barranco de La Aldea. Marrero recuerda que en la década de los 60 del
siglo pasado los grupos montañeros Grupo Universitario de Montaña y
Grupo Montañero de San Bernardo habían localizado algunos individuos de
dragos silvestres en los barrancos del sur de la isla, lo que
comunicaron a Günther Kunkel, quien los dio a conocer en sendas
publicaciones de 1972 y 1973.
Kunkel, de nacionalidad alemana, destacó como naturalista y botánico, y después de su periplo por distintos territorios de Suramérica (Argentina, Ecuador, Perú, Chile, Juan Fernández), África (Liberia), Oriente Medio (Golfo Pérsico) y distintos países de Europa, recaló en Gran Canaria, en 1964, donde mantuvo su residencia durante más de una década. En las citas de Kunkel, así como en otras contribuciones de localización y cartografía, el drago de Gran Canaria, que siempre aparece en escarpes inaccesibles, fue referido a la especie macaronésica Dracaena draco.
A
comienzos de la década de los 90 del siglo pasado, el geógrafo y
naturalista Rafael Almeida recoge por primera vez semillas de estos
dragos, que las comparte con el Jardín Botánico Viera y Clavijo. “Desde
el Jardín Canario, con la colaboración de dicho geógrafo y del biólogo
Manuel González Martín, la dimos a conocer como entidad taxonómica
diferente. Había transcurrido un siglo (104 años) desde la última
especie de drago descrita en el mundo, el drago de Saba. Hasta ahora
resulta endémica de esta isla y presenta más afinidades morfológicas con
los dragos del este de África que con el drago macaronésico: con el
drago de Nubia, con el de Somalia, y especialmente con el drago de
Saba”, afirma Marrero.
El hábitat
Las especies de dragos habitan en
franjas de vegetación xerófila o termoesclerófila, con clima desértico o
subdesértico de tipo tropical-subtropical. El drago de Gran Canaria
crece en los refugios de los escarpes inaccesibles de la franja
termoesclerófila del sur-suroeste de Gran Canaria, en comunidades
potenciales del sabinar con acebuches y jaras, entre el
cardonal-tabaibal y el pinar. El drago macaronésico está más ligado a la
influencia indirecta de los vientos alisios, conformándose las
principales poblaciones en la franja termoesclerófila de la fachada
norte y noreste, por debajo del monteverde, donde comparte espacio con
la sabina y el espino, entre otros, coincidiendo muchas veces con el
hábitat de la palma canaria.
Cuando aparece en la
fachada sur y oeste prefiere los ambientes más favorables donde pueden
llegar reboses de los vientos húmedos. No es extraño, por ello,
encontrar algún drago entre cardones, en los bordes de la laurisilva o
incluso entre el pinar.
El drago común se halla muy
extendido en todas las islas como planta ornamental, y en menor medida
como forrajera, como ocurre sobre todo en La Palma, isla en la que hasta
hace pocas décadas se mantuvo su cultivo tradicional principalmente con
este fin, según recuerda el geógrafo del Jardín Canario Rafael Almeida.
"Sobra decir que los dragos forman parte de nuestra identidad
sociocultural, siendo considerados junto con la palma canaria, el pino
canario, el cardón y otras plantas de nuestra tierra, auténticos
símbolos de canariedad, lo cual no quiere decir que en el imaginario
colectivo popular no se mantengan muchos tópicos e ideas erróneas
respecto a ellos. Por otra parte, resulta paradójico que, pese a
hallarse profusamente cultivados en nuestras islas, se encuentren desde
hace tiempo en situaciones francamente relícticas en la naturaleza, con
poblaciones catalogadas como en peligro o críticamente amenazadas, como
es el caso del drago grancanario”, señala.
Las poblaciones naturales
Tenerife y Gran Canaria son las únicas islas del archipiélago donde
actualmente subsisten dragos en estado silvestre. “En el resto no hay
indicios de su presencia en la naturaleza, ni se han encontrado
evidencias arqueológicas o paleontológicas que permitan confirmar su
existencia en el pasado”, dice Almeida.
"En La Palma
el drago común se encuentra cultivado en muchos lugares, pero no se
detectan ejemplares que levanten sospechas sobre su índole agreste
creciendo en los riscos de los barrancos que surcan las áreas donde más
abundan.
Igualmente llamativa resulta la ausencia de
dragos en La Gomera, isla que por su antigüedad geológica, su proximidad
a Tenerife y su propia orografía, reúne aparentemente todas las
condiciones para que pudiera albergar alguna población natural. El
Hierro, por su carácter de isla muy joven, poco evolucionada y más
alejada, parece ofrecer menores probabilidades. En cuanto a
Fuerteventura y Lanzarote, no hay la más mínima referencia histórica,
pero si consideramos su antigüedad geológica, su cercanía a África y el
papel primordial que han jugado como puentes de colonización del
archipiélago, cabe suponer que los dragos pudieron existir en un pasado
no necesariamente remoto, no descartando fechas posteriores incluso al
poblamiento aborigen”, agrega el geógrafo.
Los dragos debieron de ser muy abundantes en la época
prehispánica, tal y como narran las fuentes historiográficas. “Sin
embargo, existen indicios que sugieren que tal vez no eran tan comunes
en dicha época. Así, llama la atención la extraordinaria escasez de sus
restos arqueológicos frente a la cantidad y variedad de otros vestigios
vegetales hallados en los yacimientos aborígenes, tales como palma,
pino, sabina, leña buena, junco, etcétera, especies en su mayoría
también referidas en dichas fuentes como abundantes, pero al contrario
que aquéllos, lo siguen siendo hoy en día, pese a que han sido
históricamente objeto de una intensa explotación”.
En
Tenerife D. draco mantiene un bajo número de efectivos silvestres que
crecen habitualmente de forma aislada o en pequeños grupos. Conforme a
los datos del Atlas y Libro Rojo de la Flora Vascular Amenazada de
España (2003), la población estimada es de 696 individuos. En dicho
estudio se excluyeron las áreas potenciales más antropizadas y
urbanizadas: valle de Güímar, área metropolitana de Santa Cruz-La
Laguna, comarca de Tacoronte-Acentejo, valle de La Orotava y comarca de
Icod.
En general habita en ambientes influenciados
directa o indirectamente por los alisios, en lugares frecuentemente
inaccesibles o de difícil acceso, en riscos, acantilados, laderas de
barrancos. Sus poblaciones, reducidas y fragmentadas, se localizan casi
enteramente en las zonas geológicas más antiguas de la isla: los macizos
de Anaga (en el noreste), Teno (al noroeste) y Adeje (suroeste).
En Gran Canaria “D. tamaranae muestra una dinámica demográfica
regresiva muy preocupante, con una población exigua y severamente
fragmentada cuyo censo más reciente arroja un total de 79 individuos, de
los que 67 son juveniles (no han florecido nunca) y solamente 12 son
maduros. La mortalidad observada es altísima, 13 ejemplares en los
últimos 25-30 años, lo que supone más del14% del total de sus efectivos.
Por contra, la natalidad es nula para dicho periodo”, alerta Almeida.
“Su área de distribución abarca el cuadrante suroccidental de Gran
Canaria, desde el barranco de Fataga hasta el de Tejeda-La Aldea. Todos
los ejemplares enraízan en grietas y fisuras de riscos inaccesibles
sobre materiales diferenciados del primer ciclo volcánico y del ciclo
Roque Nublo, creciendo de forma aislada y más raramente en pequeños
grupos, circunstancias que evidencian la situación de refugio en que se
encuentran a causa a la fuerte presión antropozoógena. En su hábitat
convive con otras plantas bien adaptadas a la sequía y la alta
insolación, como sabinas, jaguarzos, acebuches, pinos, etcétera”. Casi
todos los especímenes censados crecen diseminados en dos áreas
separadas: Arguineguín-Tauro, donde sobreviven 52 pies, y
Vicentillos-Fataga, con 20 individuos.
Desde la época
prehispánica y hasta nuestros días, los dragos se han venido utilizando
en Canarias con distintos fines. Históricamente, el aprovechamiento más
celebrado ha sido el de su famosa “sangre” como apreciado remedio
medicinal, para la elaboración de tintes y barnices y como dentífrico.
“Menos conocidos pero no por ello menos importantes han sido otros
aprovechamientos tradicionales, en particular del drago común, que
conjuntamente con su utilización como especie ornamental, han auspiciado
su propagación y cultivo en muchos lugares del archipiélago. Entre
tales aprovechamientos hay que citar el empleo de sus hojas como forraje
para el ganado, para amarrar las vides y para fabricar cuerdas, y el de
sus troncos y ramas ahuecadas para corchos de colmenas y huroneras”,
señala en Rincones del Atlántico.
Hoy en día estos usos tradicionales han decaído casi por completo,
aunque no así su utilización ornamental ya que se han plantado en las
últimas décadas miles de ejemplares en el Archipiélago.
Tenerife es la isla que concentra el mayor número de ejemplares,
empezando por el famoso drago de Icod, localidad donde también se yergue
el de San Antonio. En Tacoronte está el drago de San Juan, con 23
periodos florales, los mismos que el de Icod. En Gran Canaria el drago
del barranco de Alonso, “el más bello de la isla por su porte y
ubicación”, según Almeida, se ubica en Santa Brígida.
Vía: Canarias Ahora,
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